jueves, 8 de febrero de 2018

Cielo Rosa

Amigos, me llena de felicidad anunciarles que, tras haberse agotado la tirada inicial de "Al Menos lo Intenté" -el libro que recopila el material literario que produje durante los últimos siete años-, hoy comenzó a producirse una segunda edición. Los cambios respecto de la anterior son mínimos, pero lo que busca no es innovar sino cubrir la demanda de mucha gente (más de la que esperaba, sinceramente) que no pudo acceder al libro en la noche de sus estreno, la misma noche en la que se agotó.
Festejando nuevamente ese sold-out y esperando los éxitos de esta nueva etapa, los dejo con uno de los relatos que más críticas positivas ha recibido:



Cielo Rosa

            El sol se hundía en el horizonte mientras, en una plaza, una chica corría hacia su hermano mayor.
-¡Nato! ¡Nato!- lo llamaba a gritos, con los brazos extendidos hacia él.

            Ignacio buscó dentro de sí algo de paciencia. No veía el momento en el que la fonoaudióloga pueda corregirle a su hermana el problema de pronunciación; detestaba, sin motivo alguno, que ella le diga así.
-¿Qué pasa?- dijo mientras forzaba una sonrisa, ladeando la cabeza de forma involuntaria.
-¡Mirá!- le contestó la nena, demasiado agitada como para explicar, mientras alzaba sus manitos hacia la puesta de sol.- ¡Está rosa!
-¿Te gusta el cielo así, Ele?- respondió Nacho mientras le sacudía el pasto de la ropa.
-¡Sí!- gritó Elena, alzando el rostro para que su hermano vea la enorme sonrisa con que lo decía, tan grande era que le obligaba a cerrar los ojos.- ¿Por qué está así?
-Y… Por la hora, será.

            Él sabía que la respuesta tenía que ver con cómo llegaba la luz solar al atardecer, pero tampoco terminaba de entender por qué era rosa y no otro color; por otro lado, sabía que explicarle eso a su hermanita sería de lo más engorroso e improductivo, ya que al día siguiente se lo preguntaría de nuevo, tal y como se lo preguntaba cada vez que la llevaba a jugar al parque. Sin embargo, los ojos de Elena lo miraban esperando aún una respuesta, por lo que pensó un instante, e intentó inventar una contestación más divertida que la del día anterior.
-A esta hora, allá lejos, sopla un viento muy fuerte, y se vuelan todos los algodones de azúcar. Cuando se hace de noche, el viento para y los algodones bajan otra vez.
-Ah…- fue todo lo que ella pudo decir, con la boca entreabierta.

            La niña miraba a su hermano llena de admiración. Estaba segura de que era la persona más inteligente del mundo. De su mundo, al menos; el mundo real era un lugar complicado para una pequeña que no terminaba de entender las diferencias en sus capacidades. Por suerte, no buscaba comprenderlo, sólo le importaba jugar. Y comer, y el cielo rosa.
-¿Y qué hay allá?- continuó, dando rienda suelta a su curiosidad.
-¿Cómo qué hay? Hay nubes, pájaros, aviones, aire y todas esas cosas que hay en el cielo.- explicó Ignacio algo desconcertado por la pregunta, y más sorprendido aún por las carcajadas de Elena ante su respuesta.
-¡Abajo del cielo, tonto!
-Ah… Y, abajo del cielo rosa hay casas rosas, y calles rosas, y gente rosa.
-¿Hay plazas rosas?
-No sé. Capaz que sí.
-Pero si no hay plazas, ¿dónde juegan los ticos?
-Quizá no haya chicos…

            Nacho pudo ver cómo el rostro alegre de la criatura se convertía en una expresión horrible que reflejaba la más grande de las preocupaciones, así que se apresuró en continuar.
-Pero seguro que sí. Debe haber plazas enormes, llenas de nenes y nenas jugando.- los labios de Elena volvieron a dibujar una sonrisa; y él alzó su vista al cielo, ahora casi negro.- Tengo hambre, ¿querés que volvamos a casa?
-¡Sí!- exclamó, y empezó a tirar de una manga de la campera de su hermano, intentando ponerlo en pie.
            Mientras caminaban de regreso a su hogar, ella preguntó tímidamente:
-Nato… ¿podemos ir a la plaza rosa?
-Sí,- su afirmación se fundió con un suspiro, y luego mintió como cada tarde- mañana te llevo.