Adiós
“No todos los árboles sobreviven
al invierno, mi amor, ¿qué te hace pensar que yo voy a resistir por siempre?” susurró
con lágrimas en los ojos. Yo sabía cuánto odiaba que lo vean llorar; el orgullo
representaba la única pared que seguía en pie en su castillo. Todo lo demás se
había ido desmoronando, robustos ladrillos convertidos en arena. Es el tiempo,
siempre dije, que arrasa con todo y con todos.
Su mano buscó la mía en la
oscuridad, entrelazando nuestros dedos en un nudo imposible. Los largos años de
trabajo podían sentirse en cada pliegue de su piel, y sin embargo nunca había
perdido su característica delicadeza al momento de a acariciarme. Deseé con
todas mis fuerzas que lo hiciera, pero no fue así. Sólo apretó por un instante,
y luego nada. Me había dejado. La soledad desgarró mi pecho para alojarse allí,
inundándome luego con su inconfundible frío. A la pálida luz de la luna, fui yo
quien derramó la primera lágrima.
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