jueves, 20 de agosto de 2015

Lo Más Triste

Ella puso punto final a los juegos
pero él siguió contando los puntos
porque ya no podía olvidar las reglas;
y lo feo, lo más triste, es que
aunque jugaba solo,
todavía era él
quien salía perdiendo.

miércoles, 5 de agosto de 2015

No Puedo ser un Hijo de Puta (al Menos no Cuando lo Intento)

No Puedo Ser un Hijo de Puta (al Menos no Cuando lo Intento)

            Hacía ya casi un mes que no nos dirigíamos la palabra. Nada había pasado en realidad, simplemente desapareció de un día para el otro. Tal vez por eso mismo fue que resolví con una determinación que nunca me caracterizó el llamarla para acordar un encuentro, mas no lo hice sin pensar; no por haberlo resuelto decididamente iba a descuidar los pormenores de mi accionar. Con cuidado, marqué uno a uno los dígitos de su número de teléfono. No el del celular, claro: eso le habría dado la oportunidad de rechazar mi llamada tan pronto leyera mi nombre en pantalla. No tenía manera de saber si eso era lo que haría ella si decidía buscarla allí, pero pensé que lo más sensato era ahorrarme dicha posibilidad. Miré el reloj antes de presionar la tecla que daría inicio, con algo de suerte, a nuestra charla. Supuse que sus horarios no habrían cambiado mucho en tan poco tiempo; no tenían motivo para hacerlo, por lo que pulsé a la vez que apretaba los ojos. Una parte de mi determinación comenzaba a abandonarme, y casi lo hizo del todo cuando una voz de hombre me saludó al otro lado de la línea. Su padre insistía con sus “¿Hola?” y los eventuales “No se oye, ¿quién habla?” cuando decidí cortar la comunicación. Lo intentaría luego. Me desplomé en una silla y mis ojos pasaron perezosamente del teléfono a las agujas del reloj, del reloj a la ventana y finalmente retornaron al aparato que yacía burlón frente a mí. Insensato, acepté su desafío y marqué otra vez. Nuevamente, el hombre fue quien me atendió con un impetuoso “Hable”, el cual desobedecí colgando bruscamente.

            Forzado a buscar una alternativa, resolví hacer tiempo dándome una ducha. Si todo salía como esperaba, tras una breve conversación me pondría en camino a vernos y no quería hacerla esperar. Fui consciente de que estaba permaneciendo bajo el agua más tiempo que el que era realmente necesario, pero me dije a mí mismo que nunca podría estar demasiado limpio. Una hora después de mi primer intento, tomaba nuevamente el receptor tras haber marcado lento, casi con miedo. Estaba de pie, en ropa interior y recién afeitado cuando su voz llegó a mí como una descarga eléctrica; tuve que empezar a andar para que no notara cómo la ansiedad mordía cada una de mis palabras. Le expliqué -tan resumidamente como mi desmedida verborragia me lo permitió- que el tiempo sin saber nada del otro me había hecho pensar, y ella acotó que también era su caso; haciendo énfasis en ello le sugerí juntarnos esa misma tarde así podríamos conversar con mayor fluidez y claridad sobre las reflexiones que cada uno había hecho. No fue ninguna sorpresa para mí el encontrar que ella tenía libre ese hueco de su agenda; nunca había sido una persona muy ocupada. Para darle algo más de tiempo, le propuse pasarla a buscar y luego, una vez juntos, decidir qué hacer. La determinación que había perdido ese mismo día volvió a mí en forma de valor y confianza. Sin siquiera titubear, me puse mis mejores ropas y fijé mi rumbo hacia su dirección. A los ojos de cualquiera, estaba arreglado; a los suyos, mi imagen tenía tantas pequeñas señas que para ella serían tan evidentes como tener un tatuaje en el rostro que diga “TODO ES POR VOS”. La camisa que llevaba era la que ella me había ayudado a elegir tiempo atrás, la que -en sus textuales palabras- me quedaba “tan bien que dan ganas de arrancarla”; tenía puesto su perfume favorito, uno que alguna vez me entregó por compromiso un pariente lejano y resultó ser todo un acierto, y unos jeans gastados que usé la primera vez que salimos. Todo seleccionado cuidadosamente con el único fin de traer a su pensamiento recuerdos y sentimientos que tal vez empezaban a caducar.

            En el camino hasta su casa, tracé un nuevo plan de acción; barajé cada uno de los posibles escenarios y me quedé con el que me pareció más natural: llegaría a su puerta y la llamaría para hacerle saber que estoy afuera. Le ofrecería una media sonrisa al verla salir y la invitaría a tomar un café en ese bar francés al cual siempre dijimos que teníamos que ir y sin embargo nunca fuimos. Hasta llegar al lugar, tocaría tópicos triviales cuidando que sea ella la que más diga pero yo quien controla cada tema, y una vez allí ordenaría un cortado doble para mí y una lágrima para ella. Nos sentaríamos enfrentados en una pequeña mesa contra la pared y compartiríamos un breve silencio, las miradas de los dos buscando leer al otro a través de sus ojos; ese sería el preciso momento en el que debía jugar mi mejor carta. Temblé de la emoción de tan sólo pensarlo, pero continué repasando lo que tenía que hacer: rompería ese silencio cómodo cómplice de un suspiro, mi mano buscaría la suya que de seguro estaría descansando sobre la mesa, primero la acariciaría y luego la contemplaría a la vez que la tomaría para sentir su suave tacto de nieve, pero sobre todo para que ella sienta la seguridad en mi roce. Miraría con dulzura a sus ojos sólo para asegurarme de que tengo toda su atención, y luego volvería a enfocarme en sus elegantes dedos de uñas decoradas. Sin levantar la mirada, con falsa timidez le diría “¿Sabés? Creo… creo que te odio” y volvería a poner esa media sonrisa que sé que adora. Ella reiría, algo nerviosa quizá, segura de que es una broma y yo reiría con ella antes de continuar. “No, en serio” agregaría, cambiando bruscamente mi expresión, alzando la cabeza para que ella pueda estrellarse contra la dureza de mis ojos. Nuestras manos no se soltarían y, con la que aún tendría libre, empezaría a acariciar sus piernas por debajo de la mesa. Ella se volvería rápidamente, sorprendida en parte por lo inesperado del roce, en parte por darse cuenta de lo provocativo que le resultaba mi gesto. Ella no lucharía por soltar su mano ni quitaría la mía de sus piernas, no volvería a reír ni diría nada; ella no tendría ninguna de esas reacciones perfectamente lógicas y esperables de cualquier otra persona, sólo me escucharía continuar con lo que empezaba a decir. “Vamos, ¿me vas a decir que te sorprende?”, preguntaría volviendo a sonreír, “Además, ¿no es esto lo que querías? ¿No es por esto que te fuiste sin decir nada, dejándome solo y desesperado? ¿No me odiás, acaso, vos también a mí y por eso es que siempre me dejás queriendo más de vos? ¿Quién te creés que sos para jugar así conmigo? Y, ¿qué clase de estúpido soy yo, que te lo permito?”. Entonces, cuando las lágrimas asomen de sus ojos de ámbar, sería el momento de dar el golpe de gracia: “Pero, ya no más. Hasta acá llegué. Fui lo mejor que tuviste, y ahora vas a ver cómo me perdés” diría antes de marcharme y entonces nunca, nunca volvería a mirar atrás.

            Sin darme cuenta, ya me encontraba de pie ante su timbre. Estuve a punto de tocar, la cual habría sido la primera falta a mi plan, pero reaccioné a tiempo y me corregí. La llamé y en un instante la vi salir. Llevaba un vestido sencillo y el cabello recogido; se veía realmente bien, todo en ella parecía cómodo y natural. Me saludó alzando la mano mientras caminaba hacia mí con una sonrisa de esas cuya sinceridad nadie podría jamás poner en duda. Me acerqué a saludarla cuando estuvo lo suficientemente cerca, y entonces sus brazos me tomaron por sorpresa. Antes de poder darme cuenta, estaba descubriendo cuánto extrañaba tenerla acurrucada en mi pecho. Un momento después, alzó su rostro y yo corrí su pelo.

Ella me besó y yo la besé a su vez.
Lo demás ya no importaba.

jueves, 25 de junio de 2015

La canción sin estribillo

Yo soy
el mercurio en la sangre, mi amor,
todo eso que causa dolor,
lo que mata por dentro.

Pero
estás vos para hacerme cambiar,
me das fe en la humanidad;
yo de verdad lo intento.

Nunca
le pedí a mis padres nacer
pero vos me hiciste comprender
que es mejor de este modo.

Y si
me empeño en ver sólo lo peor,
ahí está la voz de la razón
con tu timbre y tu tono.

Yo soy
lo oscuro antes del amanecer;
el miedo infantil a envejecer
que aparece a los cuarenta y dos.

Y vos
sos todo lo que está muy bien,
me dan ganas de verte crecer
y que explotes tu potencial.

Quiero
que pares el tiempo, mi amor,
que construyas un mundo mejor,
a ver si no lo infecto.

¿Sabés?
Lo que sea que quieras, podés;
el planeta se hinca a tus pies
y yo lloro de orgullo.

Gracias
por traerle un poco de luz
a este loco que carga su cruz,
la que nadie le ha puesto.

-es imposible que lo lean con el ritmo que lo pienso, así que no los culpo si les parece una mierda. por cierto, quiero dedicarle esta entrada a mi hermana; si bien no escribí esto pensando en ella (ni en nadie), noté después que los personajes encajan bastante con nosotros: una víctima sin opresor y la mejor persona del mundo-

martes, 2 de junio de 2015

Otra Vez

Otra Vez

Otra vez soñé con vos. Volvías a estar sentada sobre una piedra desnuda que combinaba con el verde grisáceo de tus ojos. Tus piernas, desnudas también, colgaban inertes en el borde del precipicio que tranquilamente podría haber sido el filo del mundo. Te escuchaba reír y eso me animaba a acercarme por tu espalda; sólo al sentarme a una distancia prudencial descubrí que no reías, llorabas. Lágrimas de cristal caían por tus mejillas, dejando infinitos surcos en tu piel de porcelana. El cielo plomizo amenazaba con llorar también, pero se contentaba con matar tanto a la luz como a la sombra, nivelando los brillos en tonos apagados. Sabía que no tenía nada que decir, y sin embargo intenté hablar. Al abrir mi boca, sólo humo; grité pero tosí hollín. Nunca podría encontrar las palabras adecuadas, y pronunciar aquellas que no querías escuchar podría resultar fatal. Mis sueños son más sabios que su autor.
Por su parte, tu llanto no hacía más que crecer, alimentando al río tormentoso que corría muchos metros más cerca de lo que podríamos pensar. Necesitando hacer algo al respecto, fui tan insensato de arrastrarme hasta vos. Volviste tu mirada hacia mí y fuiste medusa por un instante, petrificándome en mi lugar, pero las serpientes estaban en tus brazos y no dejaban de picarme; tu pelo, en cambio, ondeaba con total naturalidad, ajeno a tu agresividad. Podrías golpearme cuanto quisieras que yo seguiría encontrando paz en el suave levitar de tu cabello avivado por el viento. Lloraste con más fuerzas y el río se alzó queriendo engullirnos. Gritaste con mil voces que no eran tuyas y supe que no podría detenerte. Ya no estabas ahí, nunca lo estuviste. Vos, la verdadera vos, flotabas lejos, inalcanzable y etérea mientras la chica de porcelana, serpientes y cristal se escurría por entre las grietas de la roca. El río ya no era río sino océano, y la piedra se fragmentaba hasta ser un montón de arena. Las olas se alzaban formando muros de agua tan inmensos que borraban de la vista todo posible horizonte y colapsaban luego con un estruendo ensordecedor.

Otra vez soñé con vos. Otra vez te perdí. Otra vez no supe qué decir, qué hacer.
Otra vez me desperté. Otra vez te busqué. Otra vez me rendí.
Otra vez fui un pedante que dijo no necesitarte. Otra vez mentí.
Otra vez pasé el día pensando en vos. Otra vez fuiste mi mundo.
Y aunque no siempre sea así, cada vez que me pasa se siente igual que la primera vez.

-por cómo está escrito, uno podría pensar que realmente soñé esto; lamento ir en contra de sus suposiciones pero sucede que mis sueños son mucho más aburridos que lo que acaban de leer-

jueves, 21 de mayo de 2015

Adiós

Adiós

“No todos los árboles sobreviven al invierno, mi amor, ¿qué te hace pensar que yo voy a resistir por siempre?” susurró con lágrimas en los ojos. Yo sabía cuánto odiaba que lo vean llorar; el orgullo representaba la única pared que seguía en pie en su castillo. Todo lo demás se había ido desmoronando, robustos ladrillos convertidos en arena. Es el tiempo, siempre dije, que arrasa con todo y con todos.

Su mano buscó la mía en la oscuridad, entrelazando nuestros dedos en un nudo imposible. Los largos años de trabajo podían sentirse en cada pliegue de su piel, y sin embargo nunca había perdido su característica delicadeza al momento de a acariciarme. Deseé con todas mis fuerzas que lo hiciera, pero no fue así. Sólo apretó por un instante, y luego nada. Me había dejado. La soledad desgarró mi pecho para alojarse allí, inundándome luego con su inconfundible frío. A la pálida luz de la luna, fui yo quien derramó la primera lágrima.

viernes, 3 de abril de 2015

Hablemos

Siempre quise viajar de punta a punta del globo,
Inviernos que se suceden sin empezar ni acabar.

En realidad, no.
Soy muy apegado a todo como para
Tirar relaciones y lugares a un lado,
Alejarme
Sin decir adiós.

Debe ser eso, ¿no?
El decir algo.
La última palabra.

Lamento cada oportunidad malgastada,
Arrepentirme es lo que mejor me sale.
Dudar debe venir después
O cagarla; si siempre arruino todo.

Dentro mío, supongo que es lo de siempre:
Ego, ego, ego; maldito sea mi egocentrismo
Lo último que necesitás es que te hable de mí.

Pero voy a querer.
A veces,
Simplemente pensar en
Intentar explicarme,
Largar todo,
Logra alegrarme el día
O arruinarlo.

Hablando de eso,
A vos no te pasa?
Boludear pensando
Largos discursos que pronunciarías
Ante situaciones de lo
Más inverosímiles,
Entre risas o llantos
,

Locuazmente argumentaría
O intentaría sacarte una
Sonrisa.

Discutir sin levantar la voz
O sonar imponente.
Sentir que tengo tu atención.

Quiero hablar.
Una vez más, al menos,
Espero que vos también.
Realmente creo que
Estaría bueno intentar
Mejorar la situación.
O confirmar que
Sólo yo pienso en vos
.

El Poder del Diálogo

¿No sería todo más fácil si hablaramos?

No sé qué podríamos decir, no sé cuándo podríamos hacerlo, no tengo idea de cómo empezar, pero... ¿realmente no creés que sería mejor así? "Hablando se entiende la gente" goes the saying, y si yo no soy el primero en hablar es porque:
a.- todavía estoy intentando descubrir cómo carajo empezar;
b.- siento que hablarte sería para peor, que podría dañarte de algún modo. Y no quiero.

En el primero de los casos, es sólo cuestión de tiempo. Si no encuentro un buen comienzo, recurriré a uno no-tan-bueno, uno de mierda quizá, pero voy a hacerlo. Porque sí, porque no puedo quedarme sin decir las cosas, me hace mal.
El segundo de los casos es infinitamente más complicado. El segundo de los casos implica que quiero charlar, tal vez tenga preparadas todas las cosas que quiero decir PEEERO no las digo porque no sé si vos querrás que te hable. Es como si tuviera una balanza: en un plato, el alivio que me traería a mí que conversemos; en el otro, las complicaciones que podría traerte. Y, a veces (casi siempre), es aún más complejo que eso, porque soy un egocéntrico de primera y tiendo a darme gran importancia en la vida de los demás. Capaz que a vos no te afectaría en lo más mínimo, pero yo me vivo planteando los peores escenarios. Tal vez no te importa, tal vez soy el único de los dos que le sigue dando vueltas, tal vez estás haciendo exactamente lo mismo que yo. Hay miles de posibilidades.

Por todo esto que digo, quiero pedirte algo (y, sí, ya sé que es raro pedirle algo a una persona que creés que está enojada con vos, pero creo que otra no me queda): dame un pie. Si te interesa, claro, si tenés algo que decirme, dame un pie. Un hermoso y simple "hola". Yo me encargo del resto, lo prometo. No sé cómo, de seguro lo abordo del peor modo posible, pero lo hago. "Hola", ya sabés. ¿No es una linda palabra? ¿No es simpática? ¿A quién se le ocurrió empezar a saludar diciendo "Hola"?

Hola.
Holaquétal.
Holacómoestás.
Todos me sirven. Solamente elegí uno y decilo. Por favor...

martes, 3 de febrero de 2015

Del Lado del Pasillo

Algún día te voy a encontrar,
sentada del lado del pasillo
haciéndote la que no me ves,
pero me voy a acercar igual.

Algún día te voy a cruzar
y responderás falsa cuando te hable;
pero, ¿sabés? No importa eso tanto,
porque voy a decirte cuanto callo.

Y si llegás a verme,
una cara en la ventana,
no me corras la mirada:
acomodame a cachetadas.

Y si me veo yo en tus lentes,
no intentes desentenderte;
hacelo por las memorias,
al menos vení de frente.

Algún día te voy a encontrar,
sentada del lado del pasillo
haciéndote la que no me ves.
Ese día, me voy a acercar.