jueves, 5 de diciembre de 2013

Llorando Inseguridades

Llorando Inseguridades

-Más. -chilló en el primer instante de silencio.
-Mi amor… Lo siento, pero bien sabés que no puedo. -contestó él, aún agitado, y con una enorme vergüenza.
-Claro que no. Nunca pudiste, y no creo que nunca puedas. Pero quiero más, y está en mi naturaleza exigirlo.

            Los cuerpos de ambos seguían entrelazados bajo las sábanas, aunque comenzaban a separarse lentamente, como si los dos intentaran que el otro no lo note. La habitación estaba casi sumida en la oscuridad, solamente brillaba la temblorosa luz de una vela que él había encendido sólo porque sabía que ella así lo prefería, y sus ropas estaban cuidadosamente desparramadas por el piso y algunos muebles. Donde minutos antes había reinado la pasión y el desenfreno, ahora tomaba peso la tensión.

-Entonces, ¿no vas a hacer nada al respecto? -continuó la arpía, y sus palabras parecían ocupar todo el espacio disponible en la pieza, empujándose entre sí y haciendo presión, todas a la vez, sobre él.
-Basta. En serio. Por favor… -lo que comenzó siendo una voz decidida, terminó deviniendo en un lastimoso gemido.- Tenés presente cuánto me afecta, ¿por qué insistís así?
-¿Por qué no? Estoy insatisfecha, ¿tan mal está buscar mi propio goce?
-No, hermosa, -comenzó a intentar calmarla antes de que se pusiera a la defensiva- el problema no está en lo que buscás, sino en cómo lo buscás.
-¿En cómo lo busco? Oh, no, no, no. Vos deberías agradecerme cómo lo busco, pidiéndotelo a vos; otras no te dirían nada, simplemente se buscarían quien las… trate mejor. Y más. Y por más tiempo, y más seguido. ¿Preferirías que te engañe? -y sin dar tiempo a responder, terminó de llenar el éter con sus palabras- ¿No? Lo supuse. Entonces, no te quejes. Buenas noches.

            Él levantó su espalda de la cama, y sopló a la llama moribunda. Al aire se le dificultó pasar por el nudo de su garganta, pero fue suficiente como para extinguirla. Dejando de lado cualquier bronca, se acercó a ella y la tomó entre sus brazos, besó sus cabellos y comprobó que empezaba a quedarse dormida. Una vez que lo estuvo, se permitió llorar silenciosamente todas sus inseguridades. Claro que la discusión nunca existió, y no fue más que otra de las conversaciones que él solía imaginar; conversaciones en las que ella siempre lo atacaba, hundiendo sus garras en sus complejos y destrozando cualquier fibra de autoestima que pudiera existir, y que no servían más que para angustiarlo. Pero no podía evitar pensar que ella se sentía de ese modo, así como tampoco podía evitar el querer llorar cada vez que terminaban de hacer el amor.