lunes, 4 de febrero de 2013

Andar en Moto con los Ojos Cerrados

Antes de contarles cualquier historia, voy a avisarles algo: En la próxima subida comienzo con mi primer historia... serializada, por así llamarles. He preparado un texto que me gustó mucho, y lo he divido en pequeños capítulos (subirlo todo junto también sería posible, pero lo prefiero de este modo). Pienso subir uno o dos por semana, no más, e irlos intercalando con otros cuentos algo más viejos, para generar algo de hype. -oh, si, ego, ¡eso es!; piensa que a alguien realmente le importa- Siendo sinceros, lo veo como si fuera un borrador de una historia mejor. Cada capítulo podría expanderse algo más, y en ese caso podría hasta ocupar su lugarcito en un pequeño libro que compilara historias; pero tengo que dejar de soñar un poco, y escribir más. En todo caso, ustedes verán el diamante en bruto (?), y si llegara a volver a trabajarlo, se los ofreceré de nuevo.
Ahora, después de ese alarde de egocentrismo y fantasías (y tras la pequeña noticia), los dejo con...
Andar en Moto con los Ojos Cerrados

Salgo del trabajo, y allí estás vos. Tan alto como siempre, y tus largos cabellos oscuros ondulándose con el viento.  No es la primera vez que me pasas a buscar, y sabés lo mucho que me gusta andar en moto. La tarde recién empieza a caer, todo tiene tintes color amarillo y naranja. Me alcanzás el casco, siempre diciendo tu “El casco es para quien vaya atrás”, y yo como siempre te contesto “El día que te pongas un palo, y solo yo me salve, te vas a querer matar”, haciendo un gesto con la lengua. Somos una linda pareja.
            Subís a tu moto, una Honda Tornado 250cc, tan negra como tu campera de “símil-cuero”. Movés rápido la cabeza hacia un lado, indicandomé que ya puedo subir, y lo hago. Piso los pedalines, me acomodo, y me agarro de vos. No sé si es que te gusta sentirme contra tu cuerpo, o si es verdad eso de que te desbalanceo la moto si no lo hago, pero me encanta sentir tu espalda, darme cuenta de cuando inhalas y cuando exhalas, y hasta llegar a oír tu corazón si no hay mucho ruido.
            La ponés en marcha, y arrancamos. Sé perfectamente a donde vamos, y confío en vos, por lo que cierro mis ojos y me relajo. Tu cuerpo me da sustento, y está en mi naturaleza mantener el equilibrio. El viento avanza contrario a nuestra marcha, tu pelo acaricia mi rostro, lo que es llamativo; si fuera cualquier otra persona, eso sería molesto, pero sos vos, te amo, y amo que suceda eso. El sol me da directo en los párpados, que sin esfuerzo me mantienen ciega al exterior, pero abierta a un mundo de sensaciones que, al parecer, solo yo conozco. Los sonidos son distintos, más claros. Debemos estar cerca de la escuela, porque oigo grititos alegres de los niños que están saliendo. Mientras ese sonido decrece, me doy cuenta por el aroma a comida casera de que estamos pasando frente a ese restaurant que aman mis padres. Pienso un instante en ellos, pero tu respiración me arranca de cualquier pensamiento. Una vaga preocupación por mis padres se transforma en un instante en un sentimiento cursi hacia vos. Pero estoy bien, me gusta ser así de vez en cuando.
Mientras avanzamos, descubro que hay quietud. Mucha quietud. No oigo nada. Creo que deberíamos haber doblado hace un rato, pero seguimos por el camino que sale de la ciudad. “Amor, creo que te pasaste”, le digo a él, y me contesta con un “¿Qué?” como si se hubiera desorientado. Abro los ojos, y noto que jamás nos movimos. No habían pasado 2 segundos desde que subí, pero una ráfaga de recuerdos aleatorios conectados me ayudó a crear una nueva situación. Te sonrío, te digo que yo no dije nada. Esta vez si empezamos a movernos cuando mis párpados se cierran una vez más para disfrutar un poco más el trayecto. No creo que jamás nadie entienda cómo se siente andar en moto con los ojos cerrados, pero no pretendo tampoco ser entendida. Quizás sea porque me hace sentir especial el creer que hay un mundo de sentidos diferentes que solo yo conozco…

-este fue el primero de mis (muy pocos) intentos de escribir desde la perspectiva de una mujer; no es que piense que sea demasiado distinta de la que pueda tener un hombre, pero es verdad que uno le agarra mucho la costumbre...-

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