martes, 17 de julio de 2012

Amor de Parques


Amor de Parques
“Noche de parque… ¿Por  favor?”
Ese era todo el mensaje de texto que ella enviaba a él. Su respuesta no se hizo esperar:
“Noche de parque.”


Las palabras no debían sobrar, ni había explicaciones que dar. Sabían que si el otro no respondía inmediatamente, el encuentro se postergaría, y no se le daría más vueltas al tema, lo mismo si se negaba a asistir; mas si respondía afirmativamente, entenderían que los dos estaban dispuestos a dejarlo todo por verse esa noche.


Sus encuentros tenían una serie de reglas que nadie había expresado jamás. La primera de ellas, la ausencia de teléfonos. Los dos debían ser imposibles de ubicar, para no ser interrumpidos, y no querían que nada les recuerde que las horas pasaban mientras charlaban; lo que derivaba en la siguiente regla. No debían llevar ningún tipo de pertenencias, especialmente relojes. Esto era para no sentirse atados a nada, ni para permitir que algo les traiga recuerdos indeseados; esas noches el mundo se apagaba, y sólo existían ellos dos. Así, sin objetos, también les daba una sensación de seguridad el no tener nada que alguien pueda querer quitarles. Todo lo que podían llevar era dinero, para comprar lo que consumirían esa noche, y las llaves de sus casas. La regla final era no comentar nada de lo sucedido esa noche, como si se tratase del acto más incorrecto alguna vez pensado.
“Noche de parque” era como le decían. En una ciudad tan inmensa, existe la posibilidad de ir a cientos de parques y plazas distintos; pero solo uno era EL parque para ellos. Y no sólo la ciudad era grande, el predio ocupaba el espacio de unas cinco manzanas, pero el punto de encuentro que nunca habían fijado les resultaba obvio. ¿Y la hora? Las noches duraban mucho como para saber en qué momento debían reunirse, mas nunca lo pactaban; los dos reconocían fácilmente cuándo debían ir para que esté lo suficientemente oscuro, pero que a la vez les dé el tiempo necesario para tratar cualquier tema con la delicadeza precisada.


Cada uno con dos bolsas a los costados del cuerpo, se saludaron en silencio, y al mismo tiempo que se sentaban, desperdigaban sus adquisiciones: él traía seis latas de cerveza, varios paquetes de papas fritas, y dos tiras de chicles de frutilla, los favoritos de la chica; ella dejó caer con cuidado dos botellas de vidrio, cada una con medio litro de vodka dentro, además de un paquete de las galletas que él amaba y tres cajas pequeñas de cigarrillos. Provisiones para una noche tranquila, en comparación a anteriores compras.


El aire era frío y húmedo, y las nubes no dejaban ver la Luna; las luces lejanas de la calle eran la única iluminación que tenían, y aún así las detestaban. No es que fuera de su preferencia no ser vistos, sino que coincidían en que la vida era más hermosa sin luces artificiales. Sentados en un pasto verde y suave, comenzaron a beber. La improvisada rutina siempre se repetía, con la exactitud digna de los mejores coreógrafos: a lo largo de la noche se recostaban, hablaban sin verse, buscaban apoyo en la espalda del otro, reflexionaban a ojos cerrados, se tiraban uno encima del otro, no se quitaban la mirada de encima, y, finalmente, morían abrazados para resucitar con una ligera resaca ante los primeros rayos de Sol. Tras un abrazo de despedida, cada uno desaparecería de la vida de su compañero hasta la siguiente noche de encuentro pactado.


Ella tenía novio,  y su familia era complicada. Él era un muchacho solitario rodeado de gente. De qué se conocían, ya no lo recordaban, ni les interesaba. Sentían que habían estado juntos desde siempre, se preocupaban en silencio por el bien del otro, y sabían que podían contar entre ellos para cualquier cosa. Al juntarse todo lo que hacían era conversar, beber y fumar; comían al despertar, embriagados por la noche olvidaban la necesidad de ingerir alimentos. Buscaban en el otro un refugio, un abrigo que les brinde calor humano; figuras paternas y maternas en alguien que oficiaba de consejero. A veces conseguían irse reconfortados, en otras ocasiones terminaban con más interrogantes que al principio; pero algo era innegable: ante la menor acumulación de problemas, aparecía en ambos la idea de convocar a una noche de parque. El orgullo obligaba al tiempo a estirarse un poco más, creando lapsos que creían razonables entre reunión y reunión. No querían admitirlo, pero se necesitaban; y peor la pasaban si intentaban no verse.


Santos amantes, se juntaban cada vez que no soportaban la situación, cada vez que necesitaban alguien que los escuche al hablar, siempre que querían sentir que a alguien más le importaban. Ella nunca probó el sexo con él, y él en su vida la besó. Mucho más que amigos, el suyo fue un tipo único de amor. Sin deseo, sin egoísmo, un amor de risas y consejos. Ellos lo llamaban amor de parque.

lunes, 11 de junio de 2012

¿Qué pasó con mis sueños?

No, esto no es ningún tipo de relato, disculpen. Esto va para mi "yo" de antes, supongo.

Tic, tac. ¿Dónde quedaron mis ambiciones? Tic, tac. ¿Se murieron con el tiempo?
Y es que ya no sé dónde está el chico que quería estudiar ciencias políticas para llegar al poder y cambiar las cosas; ni qué ocurrió con aquel joven escritor que se sentía cómodo entre renglones y teclas. En su lugar, hallo a un pibe que disfruta el momento, y de quien es ahora mismo; pero sin ningún tipo de sueños para el futuro.
Bueno, casi.
Tengo una única meta para mi vida, además de mi propia felicidad: ser buen padre. Me hace mucha ilusión el que, algún día (dentro de muuucho tiempo, que no lo quiero a corto plazo), tenga mi propio hijo; me gustaría criarlo y verlo crecer, inculcarle los valores que yo creo correctos, dar todo por hacerlo feliz y sentir que hice de él una buena persona. No sería de esos padres que quieren que el hijo sea inteligente para que estudie medicina y sea doctor "como yo nunca fui", para nada; detesto a aquellos que quieren vivir sus sueños a través de su descendencia, yo quisiera hacerlo feliz por su alegría misma, y con su vida que haga lo que él prefiera.
Es curioso cómo me refiero en masculino a este futuro cachorro de humano, no es ningún tipo de sexismo, quiero aclarar; si fuera chica igual haría todo, y más, por ella. Pero me nace decirlo en masculino, andá a saber por qué...


En fin, esto no venía al caso. Pero sí viene el que no sé que voy a hacer con mi vida. No busco reconocimiento, ni me encuentro ningún talento, ni tengo algún hobbie del cual pueda vivir. Me sabría adaptar a varios tipos de trabajo, porque sé que quiero mi independencia económica, pero no tengo idea de qué estudiar. Lo que antes veía tan claro gracias a mis ideales, hoy se desdibuja:
"¿Ciencias políticas? Si, porque después de estudiarla vas a entrar a trabajar de presidente, no sabés. Capaz que hasta te nombran rey, y todo. No, no, no. No tenés quién te meta a toda esa esfera; ni tenés suficientes ideas; ni tenés un referente; ni gente que te apoye. Y sin nada de eso, en este campo, no tenés nada."
La única idea racional que tuve en estos últimos tiempos es la de estudiar Comunicación Social, Marketing y Administración de Empresas. Pero no una de las tres, necesitaría saber de todas para escalar en una compañía a la cual podría ingresar si sigo teniendo, a la hora de terminar mis estudios, ese pivot dentro. Y ni siquiera es algo que me guste mucho...

"¿Y qué te gusta?"
A mí me gusta la música, pero no tengo el talento como para vivir de ella. Me gustan los videojuegos, pero no tengo madera de programador, y mucho menos de diseñador (sin contar que es una industria sin desarrollar en nuestro país). Me gusta el comercio, el trato directo con el cliente...
¡Eso es! ¡Comercio de música, o de videojuegos! ... "Pero con eso no serías más que un empleado, De Frenza." Cierto. Pero podría tener mi local, y ya no sería un empleado. "¿Con qué capital?", pregunta la voz en mi cabeza. Touché. Tendría que trabajar, juntar la plata, y poner mi tienda. Puede tomar mucho tiempo, y no sería lo más seguro, pero es algo que me gustaría.

Pero esto no se trata sólo de ambiciones laborales. Antes, hace un año, tenía el sueño de recorrer el país en moto, pero hoy en día el realismo de mi cabeza lo hecha por tierra. Primero, porque para manejar una moto lo suficientemente grande, necesito cierta "antigüedad legal" como conductor; segundo porque simplemente no puedo dejar todo acá por un tiempo indeterminado. Tengo mis relaciones con la gente, y no puedo desaparecer. No puedo obligar, tampoco, a nadie a venir conmigo, y no soy una persona tan solitaria como para emprender una travesía así sin nadie al lado.
Y con eso ya como que a uno se le van las ganas...

PD: Disculpen la entrada extremadamente personal y larga. Es que quería plasmar mis pensamientos en algún lado, y acá viene bien, donde cualquiera puede verlo, o no.

lunes, 7 de mayo de 2012

Possesed.


-está recién cocinadito, eh? no es una gran historia, ni mucho menos, sólo una transcripción de una escena que tengo en mente. Si alguna vez uno de los  muchachos de Carmina Burana lee esto va a ser... no sé, un poco raro. Perdón Poyla por haber usado tu nombre! :P-

Possesed
            Possesed entra en su cuarto y traba la puerta con sus siete llaves. La única ventana del cuarto, teñida de rojo a base de cintas pegada en ella, tapiada por ambos lados, se esfuerza por filtrar tenuemente la poca luz del amanecer. Los ojos de Possesed aprendieron a ver mejor en la oscuridad que a la luz.
            Se prepara antes de llevar a cabo su sacrificio, busca sentirse más humano, quiere saber qué se siente sentir algo. Corta un mechón de su oscuro y enmarañado cabello, y lo quema, sin mirarlo, con su encendedor, rojo por ley. Respira el humo que el pelo exhala mientras se consume. Entonces, rápidamente, lo apaga contra su antebrazo. Aprieta la lengua contra el paladar, en ése punto que él conoce, buscando llorar; mas es inútil, sabe que ya no puede. La quemadura en su brazo rápidamente comienza a cicatrizar, como tantas veces antes.
            Decide invocar a sus santos en busca de ayuda, grita sus nombres hasta quedarse sin aire. “¡Moinset! Señor de los dolores incurables, ¿por qué me has abandonado? Poyla, oh Poyla, ¿cómo no saludas a tu hermano, encerrado en sí mismo, en este cuarto infectado por la luz del demoníaco Brogdor?”, vocifera Possesed a la vez que empuja la puerta para mantenerla cerrada. Pesados hombros la golpean del otro lado, buscando tirarla abajo. “¡No entrarán, ni me tendrán de nuevo, impíos! Largaos ustedes, y vuestras asquerosas extremidades ponzoñosas.”
            Se fracturan las bisagras y se parten los cerrojos, la puerta cede; cayendo hacia atrás, justo sobre el enajenado. Los cientos de kilos con los que había reforzado la única entrada de la habitación se desplomaban ahora sobre su cabeza, casi se alegra Possesed al creer que acababa de experimentar una sensación provocada por el impacto.
            Los doctores, ataviados en sus trajes blancos y verdes, ingresan con extrema precaución, llevando en una mano una inyección por delante; y el otro brazo preparado para un eventual contraataque. El mayor de ellos portaba una lámpara, se quedó parado en la puerta para iluminar la habitación para el resto, que buscaban incesantemente a su potencial paciente. Tres hombres se requirieron para mover la puerta, y hallar a Possesed debajo; respirando normalmente, contra todo pronóstico. Poca resistencia opuso cuando lo cargaron, y lo trasladaron a su nuevo recinto: una hermosa celda blanca, con sus cuatro paredes acolchonadas, y tres grandes ventanas iluminándolo todo. Possesed la habría odiado, de no ser porque su mente había abandonado su cuerpo y huido lejos, a los brazos de sus deidades añoradas. Ahora sólo una sombra desfigurada del delgado cuerpo que tuvo alguna vez se agacha en una esquina, escondiéndose en sí mismo. Espera esa hora de la tarde, cuando la luz esquiva cualquier obstáculo entre la ventana y el horizonte, para ver todo teñirse de rojo, y sentirse un poco más humano.

jueves, 26 de abril de 2012

Hola.

 Hola. Hoy siento la necesidad de escribir. Pero no historias, sino contar... No sé qué, contar cualquier cosa, y hablar de la gente en general. Y permítanme decir que la gente, en general, es bastante pelotuda; y que amo cuando la gente, desde el respeto, le marca su idiotez a los demás. Como mi vieja, el otro día:
 Ibamos en auto, volviendo a casa (y como todo aquel que conozca mi casa sabrá, ya que vivo cerca de un importante cruce de vías, a veces mi viaje se encuentra detenido por el paso de un tren); y justo comienza a pasar el tren. Los autos empiezan a hacer fila, quedamos cerca de la mitad de la cuadra. Amontonamiento, autos queriendo pasar por lugares inhóspitos con tal de escapar al embotellamiento, puteadas, y bocinazos. Sobretodo bocinazos. Y no hay nada más irritante que un imbécil atrás de un volante, accionando un elemento que todo lo que hace es molestar a los ajenos, creyendo que así solucionará algo.
 Un minuto. Dos; cinco; casi diez. En el transcurso de esos fatídicos casi 600 segundos el tarado en cuestión no dejó de accionar su claxon -jeje, claxon, me causa la palabra :B-, por lo que al terminar de pasar el tren, mi madre asoma la cabeza por la ventana, y le grita al resto de autos: "Gracias, loco, en serio; muchas gracias por tocar la bocina, ¡de no ser por vos, no terminaba de pasar el tren!", y habiendo roto todos los sarcasmómetros, se metió de nuevo al coche, y continuamos camino.

 Entrando a otro tema totalmente distinto: ¿Soy el único que está HARTO de que, en la calle, la gente primero te mire a los ojos, luego se fije en tu calzado, y después continúe caminando? Gente, les tengo una noticia: ¡YO NO TENGO SUBTÍTULOS, NO ME MIREN LOS PIES! ¿Qué onda, eh? ¿Qué, las zapatillas les van a decir quién soy, o a caso esperan encontrar en mi suela la felicidad eterna? Realmente, me molesta MUCHO (como de seguro habrán notado por el abuso de mayúsculas en este párrafo). Pero, bueno, es la que hay. Yo voy a seguir caminando tranquilo, con la vista en alto; que los ojos me dicen mucho más que cualquier marca de  ropa...

lunes, 9 de abril de 2012

Scott Pilgrim

Bueno, escribo esta entrada como un punto medio entre reflexión y análisis. Anoche terminé de leer el último tomo del comic del título, y tengo que decir que estoy ante una obra más que respetable. No voy a endiosarla como muchos hacen, pero si voy a reconocer que, detrás de esos dibujos tan simples, hay una historia muy creativa, narrada del modo más particular, obteniendo un resultado que engancha, que hace no querer dejarlo hasta haber sabido todo.
Con monigotes cumpliendo roles de toda clase, es casi imposible no encontrarse en al menos UN personaje del comic -personalmente, Scott me parece hecho a mi medida; sólo que soy menos estúpido (o eso creo)-. ¿Y si no te encontrás en nadie? No importa, le agarrás cariño (y odio) a más de uno: imposible no creer que Wallace es lo más; de a ratos Ramona es la chica ideal para cualquiera, luego es totalmente deleznable; despreciar a Envy Adams o a Julie por sus comportamientos es especialmente sencillo, etc. Además, con guiños todo el tiempo a la cultura gamer, y friki en general, realmente dan ganas de llevar una vida así, tan suelta y simple, pero entretenida a la vez.
Así que tengo otra cosa más a añadir a mi lista de cosas que no me gustaban hasta que los probé:
-Death Note
-System of a Down
-Scott Pilgrim

Y hasta ahí llego. Creo, es muy temprano como para recordar algo... ¿Qué va a seguir? ¿Las pelis de Wallace y Gromit? Mejor no digo nada, porque ya veo que si.

sábado, 7 de abril de 2012

No me Toques.

-esta es una historia breve, sobre la cual escribí dos desenlaces; y como nunca decidí cuál me parecía menos cutre, las dejé como dos versiones levemente diferentes-

No me Toques (v1)

Volver en colectivo (o autobús, u ómnibus, o como prefieran llamarle a este medio de transporte) a mi casa desde el domicilio de mi novia era algo ya rutinario. Estaba acostumbrado a la casi una hora de viaje, más esos tediosos minutos de espera; pero esta vez fue horrible, y todo por culpa de un chico que viajó conmigo, y que nadie más pareció notar...
Paso a explicarles, no vaya a ser que me malinterpreten, y crean que sólo me pareció desagradable por culpa de un niño molesto, para nada. Este era un muchacho raro. Pero no de esa gente rara en el sentido de ser originales, sino extraño para mal. Para que me comprendan, les cuento que viajó todo el trayecto sentado al revés de como iba todo el mundo; y podrán pensar que iba conversando con alguien, pero no lo hacía. Él subió solo, se sentó allí, de esa particular manera, y no habló con nadie. Se dedicó a mirar. A veces parecía que su vista se perdía en el espacio mientras reflexionaba internamente, pero sólo de a ratos, ya que casi todo el tiempo me miraba fijo a los ojos. Y, siendo sinceros, me incomodaba mucho.
Parecía ser algo menor que yo, supongo que tenía unos 13 años, era delgado (en exceso, a mi parecer), tenía un par de ojos muy pequeños, los cuales entrecerraba al observarme de modo punzante, y labios grandes, que se abrían en una mueca de insatisfacción y desgano. Vestía una remera gris, casi tan neutra como su cara. Su cabello, o la casi falta del mismo, también era llamativa. Quizás yo me impresioné de un pobre paciente de quimioterapia, o tal vez mi mente lo exageró todo por el cansancio, o acaso era extraño en verdad, no lo sé.
Intenté pensar en cualquier otra cosa, distraerme mirando por la ventana, pero todo me hacía volver la vista hacia el joven sentado pocos metros frente mío; ya sea un ruido proveniente de esa parte del vehículo, su reflejo en el vidrio, o simplemente esa escalofriante sensación de estar siendo vigilado. Y cuanto más nos mirábamos, más pesado se sentía el aire. Era agobiante, al punto de hacerme sentir asfixiado. Abrí una de las ventanillas para que corra algo de aire, pero no sirvió de nada; ya comenzaba a dolerme la cabeza cuando decidí bajarme antes de tiempo, y caminar un poco más, todo con tal de alejarme del muchacho de gris.
Como si conociera cada movimiento que fuera a realizar, él permaneció sentado a su peculiar modo mientras yo me levantaba. No dejó de mirarme (ni yo a él) mientras apretaba el botón anaranjado que le indicaría al chofer que se detenga. Volteé en dirección de la calle, comencé mi descenso por las cortas escaleras. Tenía un pie en la vereda cuando me giré, sólo para descubrir que el chico estaba justo detrás de mí, bajando él también.
Caminé rápidamente en dirección a mi casa. Giré en la primera esquina que vi, y me detuve a escuchar. No se oía ningún tipo de sonido, ni pasos ni respiración, ni siquiera una voz lejana. Era como si el mundo hubiese enmudecido. Miré por sobre el hombro, y ahí estaba parado, con su gesto odioso en el rostro y la remera gris ondeando al viento. Eché a correr, atento al ruido de pisadas detrás de mí, y me tranquilicé al no escuchar nada; pero al girar de nuevo, vi como seguía estando justo atrás mío. Le di la espalda, ya no quería verlo, y me horrorizaba su presencia. ¿Qué quería? ¿Por qué me seguía? ¿Cómo es que no hacía ningún tipo de ruido? En silencio, me quedé de pie en mi lugar, esperando que él haga algo. Ya ni me esforzaba en intentar escuchar su respiración, la cual no noté jamás, ni en huir. Sólo quería que actúe, para bien o para mal.
Y pudieron haber pasado horas sin que haya ocurrido nada, perdí cualquier noción sobre el paso del tiempo, pero algo me devolvió al mundo. Algo que chocaba fríamente en mi nuca, y me estremecía toda la espalda. Ni siquiera pasó un segundo, que ya lo sentía en todo el cuerpo. Lluvia. Una tormenta torrencial se desató en instantes. Me pregunté si el joven seguía allí, y volteé lentamente. Lo vi, y sentí una mezcla de consternación y angustia: a su alrededor, el agua formaba pequeños charcos de color, mientras él parecía diluirse como una pintura fresca a la cual le echan alcohol: y su piel misma goteaba, al desprenderse, agua del exacto color de su palidez. Abrió los labios, pero no dijo nada, y sus ojos se perdieron en la masa decolorada en la cual se estaba reduciendo. Sus colores seguían invadiendo el agua, a la vez que decrecía más y más lo que quedaba de su cuerpo. Finalmente, llegó a formar todo un charco de sí mismo; y fue entonces cuando tomé coraje de agacharme y tocarlo, aunque sólo fuera con la punta de un dedo.
Dolor. Dolor fue todo lo que sentí. Una punción helada y certera en la punta del dedo, que se expandía rápidamente por todo mi ser, al mismo tiempo que la sustancia, esa que alguna vez fue agua, recubría toda mi piel. Se apoderó de mí un sufrimiento desgarrador, comparable con la desesperación y el padecimiento de que te arranquen la piel. Y entonces todo lo que veía tornó en un resplandor blanco, totalmente enceguecedor.
Cuando pude abrir los ojos, se sintió como despertar de un infinito letargo. Descansaba apoyando el pecho contra el respaldo del asiento de un autobús, sentado sobre una rodilla, y dejando colgar la otra pierna. Me sentía débil y agotado. Miré mis manos, mis brazos, y no los reconocí; eran casi tres veces más delgados de lo que habían sido siempre. Al alzar la vista me vi a mí mismo, sentado al fondo del colectivo. Tuve que observarme un tiempo, no salía del asombro, pero no cabía duda de que el muchacho sentado a escasos metros de donde estaba, era yo mismo. Y hallándome sentado del modo en el que lo hacía, me pasé la mano por la cabeza para comprobar algo. Ausencia de cabello. Yo estaba cumpliendo el rol del chico cuya presencia me había asfixiado. Fijé la vista en los ojos de aquel quien en realidad era yo, pensando cómo explicar todo, pero antes de poder decir nada, él se bajó del vehículo. La historia estaba comenzando a repetirse. Bajé tras de él para advertirle: No me toques cuando me desvanezca en la lluvia…

No me Toques (v2)

Volver en colectivo (o autobús, u ómnibus, o como prefieran llamarle a este medio de transporte) a mi casa desde el domicilio de mi novia era algo ya rutinario. Estaba acostumbrado a la casi una hora de viaje, más esos tediosos minutos de espera; pero esta vez fue horrible, y todo por culpa de un chico que viajó conmigo, y que nadie más pareció notar...
Paso a explicarles, no vaya a ser que me malinterpreten, y crean que sólo me pareció desagradable por culpa de un niño molesto, para nada. Este era un muchacho raro. Pero no de esa gente rara en el sentido de ser originales, sino extraño para mal. Para que me comprendan, les cuento que viajó todo el trayecto sentado al revés de como iba todo el mundo; y podrán pensar que iba conversando con alguien, pero no lo hacía. Él subió solo, se sentó allí, de esa particular manera, y no habló con nadie. Se dedicó a mirar. A veces parecía que su vista se perdía en el espacio mientras reflexionaba internamente, pero sólo de a ratos, ya que casi todo el tiempo me miraba fijo a los ojos. Y, siendo sinceros, me incomodaba mucho.
Parecía ser algo menor que yo, supongo que tenía unos 13 años, era delgado (en exceso, a mi parecer), tenía un par de ojos muy pequeños, los cuales entrecerraba al observarme de modo punzante, y labios grandes, que se abrían en una mueca de insatisfacción y desgano. Vestía una remera gris, casi tan neutra como su cara. Su cabello, o la casi falta del mismo, también era llamativa. Quizás yo me impresioné de un pobre paciente de quimioterapia, o tal vez mi mente lo exageró todo por el cansancio, o acaso era extraño en verdad, no lo sé.
Intenté pensar en cualquier otra cosa, distraerme mirando por la ventana, pero todo me hacía volver la vista hacia el joven sentado pocos metros frente mío; ya sea un ruido proveniente de esa parte del vehículo, su reflejo en el vidrio, o simplemente esa escalofriante sensación de estar siendo vigilado. Y cuanto más nos mirábamos, más pesado se sentía el aire. Era agobiante, al punto de hacerme sentir asfixiado. Abrí una de las ventanillas para que corra algo de aire, pero no sirvió de nada; ya comenzaba a dolerme la cabeza cuando decidí bajarme antes de tiempo, y caminar un poco más, todo con tal de alejarme del muchacho de gris.
Como si conociera cada movimiento que fuera a realizar, él permaneció sentado a su peculiar modo mientras yo me levantaba. No dejó de mirarme (ni yo a él) mientras apretaba el botón anaranjado que le indicaría al chofer que se detenga. Volteé en dirección de la calle, comencé mi descenso por las cortas escaleras. Tenía un pie en la vereda cuando me giré, sólo para descubrir que el chico estaba justo detrás de mí, bajando él también.
Caminé rápidamente en dirección a mi casa. Giré en la primera esquina que vi, y me detuve a escuchar. No se oía ningún tipo de sonido, ni pasos ni respiración, ni siquiera una voz lejana. Era como si el mundo hubiese enmudecido. Miré por sobre el hombro, y ahí estaba parado, con su gesto odioso en el rostro y la remera gris ondeando al viento. Eché a correr, atento al ruido de pisadas detrás de mí, y me tranquilicé al no escuchar nada; pero al girar de nuevo, vi como seguía estando justo atrás mío. Le di la espalda, ya no quería verlo, y me horrorizaba su presencia. ¿Qué quería? ¿Por qué me seguía? ¿Cómo es que no hacía ningún tipo de ruido? En silencio, me quedé de pie en mi lugar, esperando que él haga algo. Ya ni me esforzaba en intentar escuchar su respiración, la cual no noté jamás, ni en huir. Sólo quería que actúe, para bien o para mal.
Y pudieron haber pasado horas sin que haya ocurrido nada, perdí cualquier noción sobre el paso del tiempo, pero algo me devolvió al mundo. Algo que chocaba fríamente en mi nuca, y me estremecía toda la espalda. Ni siquiera pasó un segundo, que ya lo sentía en todo el cuerpo. Lluvia. Una tormenta torrencial se desató en instantes. Me pregunté si el joven seguía allí, y volteé lentamente. Lo vi, y sentí una mezcla de consternación y angustia: a su alrededor, el agua formaba pequeños charcos de color, mientras él parecía diluirse como una pintura fresca a la cual le echan alcohol: y su piel misma goteaba, al desprenderse, agua del exacto color de su palidez. Abrió los labios, pero no dijo nada, y sus ojos se perdieron en la masa decolorada en la cual se estaba reduciendo. Sus colores seguían invadiendo el agua, a la vez que decrecía más y más lo que quedaba de su cuerpo. Finalmente, llegó a formar todo un charco de sí mismo; y yo sólo pude correr, espantado, el trecho faltante hasta mi casa. Exhausto, acostarme fue lo primero que hice una vez que trabé la puerta al entrar a mi vivienda. Tendido en la cama, no podía olvidar la imagen del chico deshaciéndose frente a mí. Seguía preguntándome qué habría querido, cuando caí dormido.
El día siguiente transcurrió normal, y los siguientes también; ya estaba olvidando al muchacho cuando luego de unas semanas vi, en un autobús que pasaba, como un joven extremadamente delgado, vestido de gris, y casi pelado, viajaba sentado dado vuelta…

miércoles, 4 de abril de 2012

Empastillame.

Tragás el comprimido, y no ves la hora de que haga efecto. Te acostás y ya no tenés ni en qué pensar. Querés dormir, pero no tenés sueño. No podés hacer nada más que estar allí tirado. Y te cansás de descansar tanto; te molesta sentirte bien de a ratos, porque sabés que se te va a pasar. Y ni bien se te pasa, ya estás tomándote otra pastilla. Ahora, para hacer tiempo, te vas a bañar. Eso también baja la fiebre, pero con 4 pastillas diarias, no estás como para tomar 4 duchas al día.

¿Leer? No. Te destroza la vista.
¿TV? No sólo te cansa los ojos, sino que es aburrida. No hay un programa bueno.
¿PC? Adiviná. Otra que también hace mal a los ojos.

Reposo ABSOLUTO me dijeron. Yo lo que quiero es tomar otra pastilla antes de que corte el efecto de la anterior, y seguir mi vida normal. Porque tengo fiebre y tos, pero nada más.
Bueno, en realidad tengo muchas cosas más, pero cada día tengo una diferente.
Estar todo contracturado, sentir latir la cabeza, escuchar las voces como si estuvieran robotizadas, perder el equilibrio, entumecerme de repente. Cada día es una distinta, pero al menos se elimina la del día anterior...

-El antibiótico está bastante bueno, ¿no puedo tomar uno más?
-No, no, la dosis es de 500 mg cada 12 horas.
-Ah, ¡no es justo! Si me porté bien, y eso me va a poner sano; y además es rico, ¡dejame tomarme uno más!
-No, basta; "no" es NO. Ahora dejá de hablar solo...


-yo les prometo que ni bien me sienta bien, sigo actualizando con cosas más... literarias, por ponerles algún nombre, no tanto pedo mental mío; pero sólo cuando me sienta bien-

martes, 27 de marzo de 2012

Agobiado.

No, esto no es ningún tipo de cuento, sólo no me sentí bien anoche...
¿Te pasó alguna vez que te sentías mal, TAN mal, que tu propia respiración te aturdía; que la voz aguda de cualquier persona, o un ruido fuerte de procedencia aleatoria, te hacía querer gritar, llorar, y arrojar mil cosas por el aire?
Así estaba anoche. No soportaba ni los ojos abiertos, ya no tenía ganas de ver. Para peor, tuve que lidiar con los caprichos de mi hermana, y todo aquel que tenga hermanos menores entenderá cómo se siente. Comí solamente para saber que no iba a tener hambre, y me acosté a las 21:45. Si, leíste RE bien, a las 10 menos cuarto. Imaginate cómo estaba...
Envuelto en sábanas, sólo quería dejar de escuchar mi propio interior, que mis inhalaciones no retumben en mis oídos, que el aire exhalado no se quede a jugar con mi tímpano, que se acalle el latido de mi propia cabeza. Ni siquiera pensaba, al menos no con palabras, para que no haya una voz más gritando.
A todo esto, debía fingir bienestar. ¿Por qué? Simple. No me gusta estar enfermo. No me gustan los doctores, ni los hospitales, ni los remedios. Si demuestro malestar, mis padres van a estar pendientes (y es lo lógico, no digo que tenga nada de malo) de si llega mi mejoría. ¿Y si no llega? Al sanatorio. Y no quiero. No quiero que venga un tipo a medicarme.
"Pero, boludo, te hace bien" podrías pensar, y la verdad es que TENÉS RAZÓN, pero igual prefiero evitarlo. ¿Miedo al doctor? Puede ser estúpido, pero capaz que sí. Es decir, sé que están para ayudar, pero a toda costa voy a evadirme de ellos...
En un punto de la noche se hizo imposible de disimular lo mal que me sentía. Mi madre me tomó la temperatura, más de 38° C. Me dio una pastilla, me abrigaron mejor, volví a cubrir mi cuerpo entero con la sábana, como si de un sudario temporal se tratara, y sin notarlo, caí a los brazos de Morfeo. Por suerte, porque no aguantaba más estar así.
Luego de algunas horas, desperté, y noté que me sentía mucho mejor. Ahora mismo me siento mucho mejor, nada más me duele mirar hacia los costados, o hacia arriba y abajo (mover los ojos, básicamente).
"¿Y si te sentís mejor, para qué escribís?" Porque anoche pensé en hacerlo, pero no pude porque no soportaba los ojos abiertos, ¿no te acordás que lo dije al principio? Y no me voy a quedar sin escribir algo que quise plasmar en algún lado...

domingo, 25 de marzo de 2012

Proceso creativo

Lo pienso, y parece la mejor idea del mundo, ¿cómo no la tuve antes?
La escribo brevemente, luego la desarrollo. Inserto cuantas descripciones puedo. Reviso no haber repetido palabras, odio repetir palabras al escribir -al hablar no me preocupa tanto, ya me resigné a no hablar como se debería, sino a hacerlo "como salga"-.
La dejo descansar, la leo la mañana siguiente, la semana siguiente; aunque en ese tiempo paso el texto a mucha gente, sin haberlo releído yo mismo. Pocos realmente me critican algo, me señalan errores, o cosas que cambiarían, el resto se dedica a decirme que les gustó. Pero hago caso a los primeros, que suelen ser quienes mejor se expresan, quienes más describen todo, quienes mejor te sitúan hasta cuando te cuentan cómo fueron al supermercado; y modifico la historia para enmendar esos primeros errores.
Luego de un tiempo, ese escrito propio, que tan genial me parecía, es releído por mi persona, y lo encuentro como uno del montón. La idea al final no era tan genial, el desarrollo fue simplón, y las descripciones no alcanzan para representar la escena que mi mente ideó originalmente.
"Not that bad, anyway", pienso.

Eso suele pasarme, no sólo con mis relatos, sino con prácticamente cualquier creación mía; sean gráficas (dibujos a mano, imágenes editadas, fotografías, videos), musicales (composiciones, covers, ritmos y riffs cortos, letras), literales (cuentos, poesías, reflexiones)... No ideo muchas cosas más, al menos no que recuerde ahora (algunos adefesios mejor no recordarlos); pero si lo hago, de seguro también me pasa esto...
Pero son MIS creaciones, yo las excreté a este mundo, y he de hacerme cargo.

Para eso creé este blog, para inmortalizar mis obras, sean mediocres, geniales o pésimas. Para reconocerlas como propias, y para que estén al alcance.
Disfrutad de mis producciones... O al menos, no las sufran.